Yonemon, vestido de oscuridad

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Pues nada, como os habéis animado algunos a colgar vuestros relatos, hoy me ha dado por hacer uno basado en un sueño que he tenido hoy. Espero que lo disfrutéis ^^
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Era de noche, y la lluvia caía con fuerza en los ostentosos y recargados jardines de Madame Diamant. Salpicaba al caer en los charcos formados en los pequeños hoyos en la tierra, y ahogaba los numerosos arboles y plantas que allí se encontraban.
Sin embargo, reinaba un ambiente distinto en el interior de la casa. Un calor sofocante rodeaba el hogar entero, como un circulo gigantesco de llamas. Y es que a la dueña y señora de Diamant Ville (llamado en su honor, lo que hacía pensar que lo que le faltaba de imaginación le sobraba de dinero) le gustaba el contraste, sentirse a salvo de la tromba inhumana de agua. Y su método surtía efecto. En toda la mansión, nadie podría haber dicho que afuera estaba lloviendo, debido al calor, la música y al ambiente festivo.

Porque Madame Diamant estaba celebrando una fiesta. No había nada que conmemorar ni ningún motivo en especial, simplemente ella pensaba que “nunca hay razón de más para celebrar un guateque”. Cocineros y criados se afanaban en preparar y llevar cantidades abundantes de comida a las extensas mesas, de donde los obesos invitados de la señora picoteaban como cuervos en una rapiña. Una especie de arlequín se entretenía en hacer gracias y chistes a los comensales, que reían de buena gana las payasadas del hombre menudo que saltaba continuamente, juntando los dos pies en el aire para volverlos a apoyar en el suelo con una forma carente de estilo. Pero no parecía que a nadie le importase. Ni siquiera a la señora.

Madame Diamant era, con diferencia, la más opulenta y rica de todas las personas que se hallaban bajo el techo de la mansión. Las carnes se le agolpaban como salchichas en el colosal vestido rojo con lentejuelas que había escogido para esa noche, y unos grandes aros de oro macizo colgaban en sus enormes orejas. Pero lo más llamativo de ella era, dejando a un lado el pelo cobrizo que se enrollaba en torno a su cabeza, era la cantidad ingente de maquillaje que había utilizado para empolvarse la cara. A medida que iba pasando la velada, la pintura, como un helado en la acera, se iba derritiendo de manera grotesca en el rostro de la anfitriona, pero ella parecía no notarlo. Cualquiera habría dicho que ella era el arlequín, y la forma en la que se reía, estridente y con gorgoritos, no contribuía a pensar lo contrario.

A pesar de todo el follón estridente, los tres golpes que se oyeron en la puerta sonaron altos y claros, como campanadas portadoras de una noticia.
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Lo dejo inacabado, esta tarde lo continuo.

Cuantas más críticas mejor, adelante, no sus cortéis