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Descripción de ciudades: Tánbalon

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Mensaje por Lanxys Vie Nov 30, 2012 7:17 am

He aquí la redacción de una de esas notas que voy tomando para esa novela que jamás voy a terminar (y menos a publicar). No he realizado ningún esfuerzo por contener mis ansias asianistas: por ello si veis alguna complicación sintáctica os relajáis y seguís leyendo. Mi ignorancia en lo que se refiere a cualquier tipo de tema relacionado con la automatización en foros de los textos ha hecho que la sangría que había puesto al principio de cada paragráfo se haya ido a hacer puñetas, con lo que ahora mismo el texto se lee peor aún... en fin. SVTL.

Tánbalon

Dicen que de antiguo hubo un reino, soberano de las tierras meridionales, al que los dioses otorgaron todos los dones terrenos: riqueza, nobleza, poder y ciencia. Con tales virtudes, este reino consiguió fraguar un imperio que se extendió a lo ancho de las tierras y el tiempo. El centro de todo su poder era la divina Tánbalon: ciudad de la luz, cuna de sabios, bastión de reyes y excelsa joya del mundo.
No hubo otra igual a ella, ni aún Nobelia, ni la exuberante Garo, pues aún cuando le sobrevino la ruina, en pago por la crueldad de sus gentes, sus restos todavía relucen como astros en tierra, y quieren ver los poetas que incluso las ruinas de sus cimientos son más hermosas que cualquier monumento hecho alguna vez por mortales.

Tánbalon era como un corazón con cuya vida fluía por el mundo la antigua raza de Tanbas, a cuya majestad se rendían todas las demás urbes y cuya fuerza dominó casi todo el orbe. Ínclita por la sabiduría de sus gentes, fue más conocida y temida por la crueldad de estos.
No hay que engañarse lector. Los poetas aprendieron su arte de las antiguas canciones de los Tanbas y los historiadores su oficio leyendo a los primeros. Todos estos nos presentan a este imperio como la más pura perfección, un estado de sabios al que hay que venerar e imitar. Pero pensar que alguien por ser sabio tiene que ser benigno es algo insensato. Conoce lo que cuentan poetas e historiadores, lector, pero ten en cuenta que era un pueblo guerrero, sin piedad, que usó su ciencia para fabricar un sinfín de ingenios y máquinas con las que esclavizar al mundo entero.

¿Acaso tengo yo más autoridad que todos ellos? Te preguntarás. No. Por supuesto que no. No quiero marcar tu juicio, no quiero obligarte a pensar algo que creas que quiero hacerte pensar. En primer lugar no sabes qué es lo que pienso, menos aún lo que quiero. No te centres en estas cuestiones lector, céntrate en ver en tu mente la ciudad de Tánbalon de forma clara, sin los prejuicios que el tiempo y el odio genera.

Este corazón que le daba vida aquel imperio estaba situado junto al mar, bajo la amable brisa y la calidez de una primavera eterna. El aroma de los bosques inundaba a diario sus calles y un sugerente perfume de tierra mojada levantaba con la lluvia los ánimos de los ciudadanos. Pues este era el mayor fervor de los Tanbas: su tierra; y creían que el suave olor de la humedad del campo era signo inequívoco del favor de sus dioses. No es, por tanto, extraño que te imagines a un habitante de esta antigua urbe asomarse un día de lluvia y aspirar el aire contento, como los fieles de tantas religiones participan de sus ritos extasiados.

La rodeaban, dicen, unas murallas grandes como trece hombres uno encima de otro, que jamás pudieron ser abatidas por enemigo alguno y que, no obstante, el tiempo pudo derribar, puesto que no queda de ellas ningún rastro.
Igualmente falso es que hubiera una llama eterna que iluminara la llegada de los barcos en una torre de su puerto. Ambas cosas son maravillas propias de tiempos más avanzados y atribuirlas a esta ciudad solo responde a una voluntad de regodearse en lo sublime que sería la ciencia y técnica de este pueblo.
La muralla, si alguna vez la hubo, sería de madera y mucho más modesta. El puerto no tendría ninguna torre con la que los navegantes que llegaran se quedaran boquiabiertos, pero se trataría de uno de los puertos más antiguos del mundo. En él atracarían barcos de uno y otro mar, y llegarían mercancías de todas partes y de toda índole con las que se enriquecía la avidez del Estado y se aumentaba la autocomplacencia de los ciudadanos.

¿Cómo crees que eran las calles de esta ciudad? Por supuesto que si miras a los poetas te dirán que eran magníficas, blancas, cubiertas todas ellas de mármol, dignas de que pasearan por ellas descalzos los mismísimos dioses. Pero a parte del aspa que forman las dos gigantescas avenidas que aún hoy se pueden apreciar por sus ruinas, lo que cabe esperar es, como en todas las ciudades, un entramado de callejuelas casi laberínticas llenas de bullicio y suciedad. ¿Cómo habrían ardido tan rápido de otra manera?
Pero las ciudades desaparecidas son tan excelsas como la tradición quiera que sean. Haz desaparecer en tu mente tu ciudad, lector, o una ciudad que conozcas, pon ahora a hablar sobre ella a alguien entusiasmado, tanto mejor si tiene algunos remilgos o escrúpulos religiosos... ¿Qué relato tendremos? Uno casto, laudatorio, conseguido en mayor o menor medida dependiendo de la formación de quién lo escriba, y si está influenciado por la poesía o la retórica, más ampuloso y grandilocuente será, al igual que la ciudad.

Aquellas majestuosas avenidas de mármol blanco brillando al sol, aquellos ríos empedrados de perlas y nácar por los que circulaban los más lujosos carruajes y caminaban gentes casi divinas iban a confluir todos a una plaza central coronada por el templo y el palacio.
Esta plaza era el centro de la vida de Tánbalon, su alma. Por ella pasaban cada día miles y miles de ciudadanos, extranjeros, esclavos y reos. En ella se reunían las cortes, se celebraban los ritos de la tierra, las ejecuciones públicas y tenía lugar el mercado.
Sentados en los soportales, cobijados de la lluvia bajo sus magníficas bóvedas e incluso trepando por alguna de sus innumerables columnas, los colegiales y sus maestros se extendían cada mañana por todo su perímetro.
Templada al sol del mediodía, no era jamás abrasada por sus rayos, gracias al parasol que creaban las ramas entrelazadas de unos grandes árboles de fantasía que la cruzaban de norte a sur, siguiendo la línea que dibujaban tres fuentes de agua cristalina.
Era su melodía la voz del pueblo, los mercaderes vendiendo sus gargantas por unas monedas, las risas irresponsables de los niños, el clamor de los maestros, los gritos de los pregones y el aullido de la agonía de los reos, que para su escarmiento y entretenimiento del pueblo eran unidos a la tierra en en el dolor de su carne y sus huesos.

Te estarás preguntado qué significa esto de ser unido a la tierra. Ni has leído mal, ni he confundido la realidad con ningún juego de la lengua. Los condenados eran disueltos en un rito extremadamente doloroso en medio de la gran plaza. Lo que quedaba de ellos era absorbido por la tierra en el mismo lugar donde habían sido ejecutados, puesto que era uno de los pocos sitios de toda la ciudad donde la piedra dejaba al aire la desnudez de la tierra: un lugar de culto, rituales y magia.
Muy pocos son los que cuentan este detalle... ya irás comprendiendo la razón. Pues pocas prácticas se han registrado en otros pueblos, a los que historiadores y poetas llaman bárbaros, que sean más crueles y sanguinarias que esta. Y aunque tantos y tantos lo omitan, incluso los que ponen la destrucción de la ciudad en manos de un demonio que pedía venganza por la ejecución de su madre, allí estaba (aún hoy se ve entre sus ruinas) aquel recinto de tierra, como la joya que remata la grandeza de la plaza.

El palacio imperial daba al sur, sublime al igual que sus jardines. ¿Cuántas veces has visto o has leído alguna historia donde de forma casi irreverente se magnifica el pasado? ¿Cuántas veces has visto interpretaciones de cortes de antiguos reyes que dejan en ridículo los más distinguidos salones modernos por su lujo y su comodidad?
Cuanta exageración se haya hecho alguna vez, para magnificar cualquier estampa antigua con el más rocambolesco anacronismo, jamás podrá igualar la desmesura con la que los poetas hablan de este palacio.
Dicen que era totalmente blanco, con una centena de torres y un millar de agujas; que su altura se perdía en el cielo, al igual que se perdía la cuenta de sus estancias y habitaciones; que harían falta tres ejércitos para cargar toda la riqueza que en él había, y tres ciudades modernas para comer los manjares que en su fiestas se podían ver.

Enfrente, coronando el norte de la plaza se encontraba el templo del dios de la tierra, Gêmas, que los Tanbas tenían por mujer a causa de la capacidad reproductora. Era una enorme pirámide cuyas dimensiones no cabe entender haber sido construidas por manos humanas y no han podido ser borradas ni por el fuego, ni por el tiempo. Allí permanece aún hoy: a pesar de la venganza de un pueblo harto de la crueldad de sus soberanos, a pesar (según algunos) de las iras de un demonio rencoroso.
Allí aprendían los terribles ritos ctónicos los sacerdotes, con los que luego llevarían la justicia de los emperadores a sus enemigos y detractores. Allí la tierra bebía la sangre y las almas de los infelices sacrificios a cambio de que la lluvia siguiera trayendo el aroma de la buenaventura. Allí, puedes creerlo, se gestó la enfermedad que acabó con el cuerpo del imperio. Pues no es de extrañar que en los círculos más cercanos al poder se nutran sus mayores enemigos.

Era un sacerdote de este templo, Aném, el demonio que algunos ponen como único verdugo del imperio. Dicen que destruyó Tánbalon en venganza por la fusión de su madre con la tierra y que conservó en su Frasco de Esencias la del suelo de la ciudad. Algunos, incluso, creen que tras su muerte, la esencia está repartida por todo el mundo y cualquiera puede encontrarla. Así que anda con ojo, lector, no sea que tengas en tu casa un trozo del alma de esta ciudad... sea para lo que sea que sirva esto.

__ El imperio de los sueños. Descripción de ciudades. II Ciudades de Zarotra.
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Mensaje por Moony Dom Dic 02, 2012 11:04 am

Guau! Zarotra. Se ve Zarotra.
Sin palabras.
Es genial. Sigo diciendo que un día llegarás a publicar. Es injusto que tus historias no las lleguen a conocer más personas. Y me encanta que el escritor juegue con el lector.

Pero en lo personal me quedo con un Barón maquinando...^^
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Mensaje por Ilkaan Lun Dic 03, 2012 2:03 am

Me gusta mucho =)
... en especial la religión de la ciudad...

A demás, cómo no, me has hecho recordar un poco a Italo Calvino con "las ciudades invisibles"...
A mi también me gustaría verte publicar **^^** un montón y.. bueno leer en vivo y en directo al señor barón XDD
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Mensaje por Lúar Sáb Dic 08, 2012 4:45 am

Vaya, ¿qué hacía yo que todavía no había leído esto? O.O xD

Bueno, prácticamente sólo me queda unirme a lo ya comentado por Moony e Ilkaan:
Me ha gustado mucho la descripción de la ciudad y para mi sorpresa (por su longitud y la advertencia previa de complicaciones sintácticas y demás :P ) ha sido muy muy cómoda de leer, sabiendo no renunciar al apilamiento de datos mientras has mantenido el ritmo :D
Además coincido con Moony en eso de que el escritor juegue con el lector, es más diría que el párrafo que más me ha gustado ha sido precisamente este:

¿Acaso tengo yo más autoridad que todos ellos? Te preguntarás. No. Por supuesto que no. No quiero marcar tu juicio, no quiero obligarte a pensar algo que creas que quiero hacerte pensar. En primer lugar no sabes qué es lo que pienso, menos aún lo que quiero. No te centres en estas cuestiones lector, céntrate en ver en tu mente la ciudad de Tánbalon de forma clara, sin los prejuicios que el tiempo y el odio genera.

Y por lo demás, no me creo eso de
Lanxys escribió:
esa novela que jamás voy a terminar (y menos a publicar)
Eso seguro que en el futuro es más falso que otra cosa xD
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